Un folio. Un lapicero descansa a su lado. Una idea. Un
pensamiento. Un sentimiento. Una voluntad que quiere existir; que quiere nacer al mundo
de la realidad.
Una mano levanta el lápiz. Unos impulsos cerebrales. Un par
de latidos del corazón. Una inspiración profunda. Nace la primera letra con la
siguiente exhalación.
Es simplemente una primera mancha en papel. Una vocal del
abecedario. Una simple “u”. Pero es la elegida entre las veintisiete letras. Y
por ser la primera tiene el privilegio de que aunque es común, es mayúscula.
Será ya siempre la primera “U” de ese papel.
Un par de latidos más. Una respiración entrecortada. Y un
suspiro.
La mano comienza a garabatear veloz los pensamientos. Blande
el lapicero como una espada que se enfrenta a la pelea del guerrero. Ahora se
mueve veloz. Gira zigzagueante sobre sí mismo. Araña la textura del papel
marcándolo para siempre.
La “U” ya no está sola. Se abraza a otras letras formando
palabras; creando frases; plasmando pensamientos.
El largo silencio se transforma en cascada de ideas que
saltan al papel, lanzando a la vida aquello que nunca había nacido. Es un acto
más de creación. El universo se expande.
En ocasiones la mano se frena súbitamente. Siente el óxido
de los silencios transcurridos. Pero tras esa pausa se defiende rápida en nuevos
movimientos. Nada quiere quedarse dentro. Nadie quiere ser nada. Todos los
pensamientos quieren transformarse en garabatos, en letras y en palabras.
El folio blanco ya no es blanco. Está marcado. Está rayado.
Se llena de vida.
La “U” observa desde el inicio de la página lo que ha
provocado. Está lejana de la última frase. Pero todo ha nacido de ella y lo
siente cercano.
Un latido más. Un movimiento más de la mano y llega el
punto. El silencio. No será un punto final, sino un punto seguido.
El pensamiento se ha plasmado en movimiento. El sentimiento
ha germinado en cada letra. La página está llena. El círculo se ha cerrado.
Todo ha quedado escrito.
“Un folio. Un
lapicero descansa…”
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